22 de abril de 2015

¿La Fe Evangélica o la Religión Evangélica?



Por Ariovaldo Ramos

La fe evangélica es revolucionaria, pues, cuando influencio, significó la liberación de la predicación del mensaje de la Cruz y de la Resurrección. La fe evangélica fue asumida por la reforma, dicha, protestante, un movimiento de más de siglo, que culminó con la exposición, por Lutero, de las 95 tesis, en la puerta de la Catedral de Wittenberg, en Alemania, en octubre de 1517.

La influencia de la fe evangélica, la fe enseñada por los padres de la Iglesia, llevó al fiel de vuelta al Santo de Santos, es decir, el fiel volvió a comprender que sólo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesús de Nazaret, el Ungido de Dios, que con su sangre hizo el nuevo y vivo camino, por el cual entramos en la Presencia del Eterno, personalmente, sin ninguna otra mediación.

La fe evangélica hizo volver a valer el acto de rasgar el velo del Templo, llevado a efecto por el Eterno, por causa de la muerte de Jesús de Nazaret, el Ungido, consumando el sacrificio conocido y efectivo desde antes de la fundación del mundo. Este acto, liberó el Santo de Santos para todos aquellos que, por creer en el Ungido, fueron hechos hijos de Dios. De modo que la denominada intercesión por los santos de devoción particular perdió todo el sentido.

La fe evangélica es libertaria, una vez que, en su primer movimiento de retorno, en la historia, al abolir, por la recuperación de la enseñanza de la expiación por el Ungido, toda la mediación humana entre el Eterno y el ser humano, deconstruyo toda la jerarquía religiosa. La fe evangélica puso fin a la religión organizada como representante de la Iglesia, haciendo ver la Iglesia como la reunión de los creyentes en el Ungido, que se manifiesta por medio de reuniones locales, cuya relación entre sí es fraterna, una vez que la Iglesia deja de tener un jefe terreno, para depender, exclusivamente, de la iluminación por el Espíritu Santo.

La fe evangélica devolvió a la Biblia el papel de Revelación Escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo, por tanto, un libro recibido por fe, y, como tal, infalible e inerrante, única regla de fe y de práctica para la vida de la Iglesia. Así como abolió la figura del intérprete oficial, devolviendo al fiel la posibilidad de examinar libremente las Escrituras, a partir de la decisión de los cuatro concilios fúndanles: Nicea y Constantinopla en el siglo IV, Éfeso y Calcedonia en el siglo V, y de los llamados “solas” de la reforma: ¡sola Gratia, sola Fide, solo Cristos, sola Escriptura, soli Deo Gloria!

La fe evangélica puso fin a la noción de clero, que propone la existencia de personas especiales, con exclusivo o mayor acceso a Dios, retomando el sacerdocio universal de los creyentes, proclamando que todos son iguales delante de Dios, y que la Iglesia es Reino de sacerdotes. La fe evangélica retomó la lógica apostólica de reconocimiento de los presbíteros, legos, como todos los demás, sin embargo, reconocidos, por su madurez espiritual, como aptos para supervisar la iglesia local, de modo a impedir cualquier desvío que transforme la fe evangélica en mera religión.

La fe evangélica abolió la noción de Templo, haciendo justicia a la enseñanza neo-testamentaria, de que el contingente de los creyentes constituye lo que Jesus de Nazaret, el Ungido, llamó Su Iglesia, y que este grupo de personas es, por tanto, el Templo, la Casa del Dios Vivo, anulando la posibilidad de cualquier edificio ser llamado Iglesia o Casa de Dios. El Dios Vivo sólo puede habitar en una Casa Viva, nunca en edificio construido por manos humanas.

La fe evangélica, cuando no fomentó, contribuyó para que cambios estructurales ocurrieran en la historia humana, principalmente, en el Occidente; tales como: la noción de igualdad entre los seres humanos; la red de protección a los niños; la honra y el cuidado a los ancianos; la igualdad de género; el surgimiento del Estado Moderno; la preponderancia de la Democracia; la lucha por la libertad, por el fin de todo el tipo de colonización y de esclavitud;  la laicización del Estado, en la lucha por libertad de credo y de expresión.

El mayor adversario, sin embargo, que la fe evangélica enfrentó y enfrenta es la religión evangélica.

El surgimiento de la religión evangélica aconteció más rápido de lo que se podría prever, y se caracterizó por el retorno de la noción de Clero; volver a titular edificios como templo o de casa de Dios, descaracterizando la Casa Viva del Dios Vivo; por el retorno de la jerarquización; por el retorno de la estatización de la fe; por la búsqueda por jefes terrenos para a Iglesia; caracterizado por el denominacionalismo y por el "ministerialismo", donde las organizaciones, que reúnen las reuniones locales, y los ministros dejan de ser siervos para ser señores de la Iglesia.

La religión evangélica es adversaria, porque donde la fe evangélica ilumina, la religión evangélica produce tinieblas, porque lucha por hegemonía, inclusive en relación al Estado, de modo que, mientras la fe evangélica busca llamar todos los hombres a la noción de igualdad, por obra del amor incondicional de Dios, la religión evangélica los clasifica entre fieles e infieles, viéndose en el derecho de juzgar a los infieles, postura semejante a la que, en el pasado, por medio de la religión romana, generó lo que quedó conocido como “la era de las tinieblas”, y está volviendo a generarse.

La religión evangélica es adversaria, porque mientras la fe evangélica busca presentar al ser humano la persona del Ungido, que por su Espíritu transforma al ser humano, la religión evangélica ofrece un conjunto de creencias y costumbres que aprisionan en vez de emancipar y que, en vez de destacar la acción salvífica de la Trinidad, por su Gracia, por medio del sacrificio expiatorio del Hijo, reintroduce la meritocracia, imponiendo tareas a los infieles, bajo el pretexto de llevarlos a conquistar las bendiciones que ya les fueron otorgadas por medio de la Cruz y de la Resurrección del Ungido.

La fe evangélica apela a la fraternidad que genera unidad y promueve la cooperación, a partir de los dones y talentos distribuidos por el Espíritu Santo; la religión evangélica, por su parte, impone la jerarquización, que se impone como única forma del actuar divino, una vez que, en esa imposición, hay quién alegue que el Espíritu Santo no más galardona con dones a los fieles, reduciendo toda la iluminación que Jesús, el Ungido, dice que el Consolador traería, a la interpretación autorizada de los líderes eclesiásticos, que a rigor, no explican cómo pueden interpretar acertadamente la Espada del Espíritu, una vez que este no distribuye más los dones, por la inauguración del tiempo del cesacionismo. La jerarquización instituye, también, la lucha por el poder, con la agravante de que el poder, si no contenido, acaba por promover la esclavización del ser humano.

La fe evangélica propone el servicio como fuente de autoridad; la religión evangélica promueve el servilismo al líder, que debe ser servido por su condición de ser especial. De hecho, la religión evangélica genera élites, mientras la fe evangélica genera prestadores de servicio.

La religión evangélica perturba las más ricas enseñanzas de la fe evangélica, como la verdad de que la Trinidad elige seres humanos para ser santos, que se donarán para producir el bien para la humanidad, para transformar la enseñanza en motivo para la soberbia, y para la exigencia de privilegios.   

La fe evangélica enseña que el texto sagrado es del Espíritu Santo, y, por tanto, debe ser examinado para producir un discurso pastoral para la vida de la comunidad, como sierva de Dios, para el bien de la humanidad. La religión evangélica, por medio de sus teólogos, pasó a cuestionar el texto, haciéndolo, de nuevo, propiedad de una élite que decide la que es y lo que no es divino en el texto, transformándolo en remedo de oráculo, donde el fiel no sabe más en lo que cree y en cuánto debe creer, si es que debe creer.

La fe evangélica busca a los pobres, para bendecirlos y emanciparlos por la búsqueda de la justicia, que es entendida como la construcción de la realidad donde todo ser humano, en igualdad, disfrutará de todo lo que Dios es y de todo lo que Dios dona. La religión evangélica, por su parte, busca a los ricos, ratificando el derecho de estos a promover la desigualdad, sosteniendo cómo divina la ideología que reconoce en la acumulación, en el abuso, en la obtención de propiedad y en la competición señal de progreso humano, aunque a costas de la miseria y de la exclusión de la mayoría.

La fe evangélica se basa por el amor, que es la búsqueda por la unidad entre los seres humanos, mientras la religión evangélica se basa por la disputa, que es una manifestación de la disposición  contraria al amor. Así, la fe evangélica busca la misericordia y la práctica del espíritu de la ley, mientras la religión evangélica privilegia la punición, inclusive confundiendo, ingenua o maliciosamente la ley con la justicia y el derecho.  La fe evangélica quiere ser la conciencia del Estado, la religión evangélica quiere tomar el Estado.

La fe evangélica sabe que al andar en la historia, a partir de Dios, tiene que saber discernir entre manutención y consentimiento, pues, aunque Dios sustente a todo y a todos, él no concuerda, necesariamente, con todo lo que acontece con y a partir de todo y todos a los que sostiene. Por eso, la oración de la fe evangélica es: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga tu reino y sea hecha tu voluntad tanto en la tierra como en el cielo”. Así, aunque el Padre haga determinaciones e intervenciones, no es determinista, Él no va a tentar  y ni es tentado. Él administra la historia de la salvación, y aquí la determinación aparece, pero, interviene en la historia circunstante, de modo que esta no venga a amenazar con solución de continuidad la historia de la salvación; Dios no genera el pecado, y ni la historia es mera pantomima.

La religión evangélica, por medio de verse pseudo intelectual, puede venir a ser determinista, haciendo la historia un escenario de horror, por algún enigma indescifrable e imperfeccionable por Dios, que tiene, así, su omnipotencia cuestionada, pues, una vez que, siendo el único protagonista del Universo, no consigue hacer algo diferente del horror; él, o no puede todo o no es bueno, concordando, de esa forma, con la proposición de Epicuro. La religión evangélica, al tender al determinismo: “todo  (lo que incluye el mal) es en consonancia con la voluntad de Dios” busca cerrar un sistema de pensamiento, pues, tiene que explicar porque se alía a los poderosos y mantiene la injusticia. No pocas veces, en el transcurso de la historia, agentes de la fe evangélica tuvieron que enfrentar agentes de la religión evangélica, en la lucha por la emancipación del ser humano.  Así, la religión evangélica confunde el Dios de la revelación con potestades malignas que mantienen el ser humano bajo opresión, así como llevan el ser humano a la práctica de la opresión, juzgando, este, estar siendo conducido por el implacable dios de la punición por la punición.

La fe evangélica propone, como estilo de vida, la alabanza y la adoración al Padre Nuestro, por medio de las acciones de gracias, que ratifica la fe en la fidelidad del Dios a su Palabra, que anuncia que, tal como cuida del pajarillo y de los lirios, cuidará de sus santos, de modo que estos sólo tienen que agradecer, pasando a usar, por tanto, la oración como herramienta de misión, por medio de la intercesión. La fe evangélica lucha por la vida y cree en milagros, pero, no los imponen a la Trinidad. La religión evangélica, por su parte, puede, también, ser histriónica, o hueca por completo, y buscar fomentar la meritoriedad, y el anhelo por bendiciones personales, que pueden ser adquiridas por medio de trueques con el Eterno, bajo dirección del clérigo en ejercicio del liderazgo, como modo de obtener de Dios, deseos personales, claro que todo tiene un precio, que debe bendecir al ser humano especial que conduce al fiel a tal experiencia con lo divino.

Los agentes de la fe evangélica y los agentes de la religión evangélica, se encuentran en el escenario actual, sin embargo, la distinción entre ellos sólo es absolutamente clara para el Padre Eterno, pues, puede acontecer de un agente de la fe evangélica ser co-optado por el movimiento de la religión evangélica, por estar distraído en cuanto a su real naturaleza.

El hecho de una reunión local, aparentemente, en nombre del Ungido estructurarse de modo institucional o unirse en asociación con otras reuniones locales, de modo a formar una reunión que optimice la consecución de objetivos comunes, no hace, necesariamente, con que esa o esas reuniones locales sean agencias de la religión evangélica, sino, sólo la comprensión profunda de que la reunión de los creyentes es siempre local, y que es a la reunión local que “Aquel que anda entre los Candeleros” se dirige en sus charlas, y que las reuniones locales es que son las responsables por responderle, dificultará el peligro de que tales localidades pasen de la fe evangélica a la religión evangélica.


  • Ariovaldo Ramos, alumno de Cristo; amante de la Vida; amigo del Humano; admirador de la Creación, auxiliar de la Sociedad. Ver mas aqui.