La fe
evangélica es revolucionaria, pues, cuando influencio, significó la liberación
de la predicación del mensaje de la Cruz y de la Resurrección. La fe evangélica
fue asumida por la reforma, dicha, protestante, un movimiento de más de siglo,
que culminó con la exposición, por Lutero, de las 95 tesis, en la puerta de la
Catedral de Wittenberg, en Alemania, en octubre de 1517.
La influencia
de la fe evangélica, la fe enseñada por los padres de la Iglesia, llevó al fiel
de vuelta al Santo de Santos, es decir, el fiel volvió a comprender que sólo
hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesús de Nazaret, el Ungido de Dios,
que con su sangre hizo el nuevo y vivo camino, por el cual entramos en la
Presencia del Eterno, personalmente, sin ninguna otra mediación.
La fe
evangélica hizo volver a valer el acto de rasgar el velo del Templo, llevado a
efecto por el Eterno, por causa de la muerte de Jesús de Nazaret, el Ungido,
consumando el sacrificio conocido y efectivo desde antes de la fundación del
mundo. Este acto, liberó el Santo de Santos para todos aquellos que, por creer
en el Ungido, fueron hechos hijos de Dios. De modo que la denominada intercesión
por los santos de devoción particular perdió todo el sentido.
La fe
evangélica es libertaria, una vez que, en su primer movimiento de retorno, en
la historia, al abolir, por la recuperación de la enseñanza de la expiación por
el Ungido, toda la mediación humana entre el Eterno y el ser humano, deconstruyo
toda la jerarquía religiosa. La fe evangélica puso fin a la religión organizada
como representante de la Iglesia, haciendo ver la Iglesia como la reunión de
los creyentes en el Ungido, que se manifiesta por medio de reuniones locales,
cuya relación entre sí es fraterna, una vez que la Iglesia deja de tener un
jefe terreno, para depender, exclusivamente, de la iluminación por el Espíritu
Santo.
La fe
evangélica puso fin a la noción de clero, que propone la existencia de personas
especiales, con exclusivo o mayor acceso a Dios, retomando el sacerdocio
universal de los creyentes, proclamando que todos son iguales delante de Dios,
y que la Iglesia es Reino de sacerdotes. La fe evangélica retomó la lógica
apostólica de reconocimiento de los presbíteros, legos, como todos los demás,
sin embargo, reconocidos, por su madurez espiritual, como aptos para supervisar
la iglesia local, de modo a impedir cualquier desvío que transforme la fe
evangélica en mera religión.
La fe
evangélica abolió la noción de Templo, haciendo justicia a la enseñanza neo-testamentaria,
de que el contingente de los creyentes constituye lo que Jesus de Nazaret, el
Ungido, llamó Su Iglesia, y que este grupo de personas es, por tanto, el
Templo, la Casa del Dios Vivo, anulando la posibilidad de cualquier edificio
ser llamado Iglesia o Casa de Dios. El Dios Vivo sólo puede habitar en una Casa
Viva, nunca en edificio construido por manos humanas.
La fe
evangélica, cuando no fomentó, contribuyó para que cambios estructurales
ocurrieran en la historia humana, principalmente, en el Occidente; tales como:
la noción de igualdad entre los seres humanos; la red de protección a los
niños; la honra y el cuidado a los ancianos; la igualdad de género; el
surgimiento del Estado Moderno; la preponderancia de la Democracia; la lucha
por la libertad, por el fin de todo el tipo de colonización y de
esclavitud; la laicización del Estado,
en la lucha por libertad de credo y de expresión.
El mayor
adversario, sin embargo, que la fe evangélica enfrentó y enfrenta es la
religión evangélica.
El
surgimiento de la religión evangélica aconteció más rápido de lo que se podría
prever, y se caracterizó por el retorno de la noción de Clero; volver a titular
edificios como templo o de casa de Dios, descaracterizando la Casa Viva del
Dios Vivo; por el retorno de la jerarquización; por el retorno de la estatización
de la fe; por la búsqueda por jefes terrenos para a Iglesia; caracterizado por
el denominacionalismo y por el "ministerialismo", donde las
organizaciones, que reúnen las reuniones locales, y los ministros dejan de ser
siervos para ser señores de la Iglesia.
La religión
evangélica es adversaria, porque donde la fe evangélica ilumina, la religión
evangélica produce tinieblas, porque lucha por hegemonía, inclusive en relación
al Estado, de modo que, mientras la fe evangélica busca llamar todos los
hombres a la noción de igualdad, por obra del amor incondicional de Dios, la
religión evangélica los clasifica entre fieles e infieles, viéndose en el
derecho de juzgar a los infieles, postura semejante a la que, en el pasado, por
medio de la religión romana, generó lo que quedó conocido como “la era de las
tinieblas”, y está volviendo a generarse.
La religión
evangélica es adversaria, porque mientras la fe evangélica busca presentar al
ser humano la persona del Ungido, que por su Espíritu transforma al ser humano,
la religión evangélica ofrece un conjunto de creencias y costumbres que
aprisionan en vez de emancipar y que, en vez de destacar la acción salvífica de
la Trinidad, por su Gracia, por medio del sacrificio expiatorio del Hijo,
reintroduce la meritocracia, imponiendo tareas a los infieles, bajo el pretexto
de llevarlos a conquistar las bendiciones que ya les fueron otorgadas por medio
de la Cruz y de la Resurrección del Ungido.
La fe
evangélica apela a la fraternidad que genera unidad y promueve la cooperación,
a partir de los dones y talentos distribuidos por el Espíritu Santo; la
religión evangélica, por su parte, impone la jerarquización, que se impone como
única forma del actuar divino, una vez que, en esa imposición, hay quién alegue
que el Espíritu Santo no más galardona con dones a los fieles, reduciendo toda
la iluminación que Jesús, el Ungido, dice que el Consolador traería, a la
interpretación autorizada de los líderes eclesiásticos, que a rigor, no
explican cómo pueden interpretar acertadamente la Espada del Espíritu, una vez
que este no distribuye más los dones, por la inauguración del tiempo del
cesacionismo. La jerarquización instituye, también, la lucha por el poder, con
la agravante de que el poder, si no contenido, acaba por promover la
esclavización del ser humano.
La fe
evangélica propone el servicio como fuente de autoridad; la religión evangélica
promueve el servilismo al líder, que debe ser servido por su condición de ser
especial. De hecho, la religión evangélica genera élites, mientras la fe
evangélica genera prestadores de servicio.
La religión
evangélica perturba las más ricas enseñanzas de la fe evangélica, como la
verdad de que la Trinidad elige seres humanos para ser santos, que se donarán
para producir el bien para la humanidad, para transformar la enseñanza en
motivo para la soberbia, y para la exigencia de privilegios.
La fe
evangélica enseña que el texto sagrado es del Espíritu Santo, y, por tanto,
debe ser examinado para producir un discurso pastoral para la vida de la
comunidad, como sierva de Dios, para el bien de la humanidad. La religión
evangélica, por medio de sus teólogos, pasó a cuestionar el texto, haciéndolo,
de nuevo, propiedad de una élite que decide la que es y lo que no es divino en
el texto, transformándolo en remedo de oráculo, donde el fiel no sabe más en lo
que cree y en cuánto debe creer, si es que debe creer.
La fe
evangélica busca a los pobres, para bendecirlos y emanciparlos por la búsqueda
de la justicia, que es entendida como la construcción de la realidad donde todo
ser humano, en igualdad, disfrutará de todo lo que Dios es y de todo lo que
Dios dona. La religión evangélica, por su parte, busca a los ricos, ratificando
el derecho de estos a promover la desigualdad, sosteniendo cómo divina la
ideología que reconoce en la acumulación, en el abuso, en la obtención de
propiedad y en la competición señal de progreso humano, aunque a costas de la
miseria y de la exclusión de la mayoría.
La fe
evangélica se basa por el amor, que es la búsqueda por la unidad entre los
seres humanos, mientras la religión evangélica se basa por la disputa, que es
una manifestación de la disposición
contraria al amor. Así, la fe evangélica busca la misericordia y la
práctica del espíritu de la ley, mientras la religión evangélica privilegia la
punición, inclusive confundiendo, ingenua o maliciosamente la ley con la
justicia y el derecho. La fe evangélica
quiere ser la conciencia del Estado, la religión evangélica quiere tomar el
Estado.
La fe
evangélica sabe que al andar en la historia, a partir de Dios, tiene que saber
discernir entre manutención y consentimiento, pues, aunque Dios sustente a todo
y a todos, él no concuerda, necesariamente, con todo lo que acontece con y a
partir de todo y todos a los que sostiene. Por eso, la oración de la fe
evangélica es: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre, venga tu reino y sea hecha tu voluntad tanto en la tierra como en el cielo”.
Así, aunque el Padre haga determinaciones e intervenciones, no es determinista,
Él no va a tentar y ni es tentado. Él
administra la historia de la salvación, y aquí la determinación aparece, pero,
interviene en la historia circunstante, de modo que esta no venga a amenazar
con solución de continuidad la historia de la salvación; Dios no genera el
pecado, y ni la historia es mera pantomima.
La religión
evangélica, por medio de verse pseudo intelectual, puede venir a ser
determinista, haciendo la historia un escenario de horror, por algún enigma indescifrable
e imperfeccionable por Dios, que tiene, así, su omnipotencia cuestionada, pues,
una vez que, siendo el único protagonista del Universo, no consigue hacer algo
diferente del horror; él, o no puede todo o no es bueno, concordando, de esa
forma, con la proposición de Epicuro. La religión evangélica, al tender al
determinismo: “todo (lo que incluye el
mal) es en consonancia con la voluntad de Dios” busca cerrar un sistema de
pensamiento, pues, tiene que explicar porque se alía a los poderosos y mantiene
la injusticia. No pocas veces, en el transcurso de la historia, agentes de la
fe evangélica tuvieron que enfrentar agentes de la religión evangélica, en la
lucha por la emancipación del ser humano.
Así, la religión evangélica confunde el Dios de la revelación con
potestades malignas que mantienen el ser humano bajo opresión, así como llevan
el ser humano a la práctica de la opresión, juzgando, este, estar siendo
conducido por el implacable dios de la punición por la punición.
La fe
evangélica propone, como estilo de vida, la alabanza y la adoración al Padre
Nuestro, por medio de las acciones de gracias, que ratifica la fe en la
fidelidad del Dios a su Palabra, que anuncia que, tal como cuida del pajarillo y
de los lirios, cuidará de sus santos, de modo que estos sólo tienen que
agradecer, pasando a usar, por tanto, la oración como herramienta de misión,
por medio de la intercesión. La fe evangélica lucha por la vida y cree en
milagros, pero, no los imponen a la Trinidad. La religión evangélica, por su
parte, puede, también, ser histriónica, o hueca por completo, y buscar fomentar
la meritoriedad, y el anhelo por bendiciones personales, que pueden ser
adquiridas por medio de trueques con el Eterno, bajo dirección del clérigo en
ejercicio del liderazgo, como modo de obtener de Dios, deseos personales, claro
que todo tiene un precio, que debe bendecir al ser humano especial que conduce al
fiel a tal experiencia con lo divino.
Los agentes
de la fe evangélica y los agentes de la religión evangélica, se encuentran en el
escenario actual, sin embargo, la distinción entre ellos sólo es absolutamente
clara para el Padre Eterno, pues, puede acontecer de un agente de la fe
evangélica ser co-optado por el movimiento de la religión evangélica, por estar
distraído en cuanto a su real naturaleza.
El hecho de
una reunión local, aparentemente, en nombre del Ungido estructurarse de modo
institucional o unirse en asociación con otras reuniones locales, de modo a
formar una reunión que optimice la consecución de objetivos comunes, no hace,
necesariamente, con que esa o esas reuniones locales sean agencias de la
religión evangélica, sino, sólo la comprensión profunda de que la reunión de
los creyentes es siempre local, y que es a la reunión local que “Aquel que anda
entre los Candeleros” se dirige en sus charlas, y que las reuniones locales es
que son las responsables por responderle, dificultará el peligro de que tales
localidades pasen de la fe evangélica a la religión evangélica.
- Ariovaldo Ramos, alumno de Cristo; amante de la Vida; amigo del Humano; admirador de la Creación, auxiliar de la Sociedad. Ver mas aqui.