Napoleón Bonaparte, exiliado en la isla de Santa Elena, dijo: “para fundar una religión es necesario primero morir y después resucitar, lo primero, yo no quiero y lo segundo no puedo”. Aquí, tenemos que hacer algunas consideraciones acerca de su expresión.
Cuando estaba el emperador en la cúspide del poder, el gran Napoleón se
bastaba administrando su imperio con mano de hierro. En el exilio, sin la adulación
del poder, tenía todo el tiempo para reflexionar y la gracia de lo alto para
ser transformado; parece que fue convertido. Sin embargo, en su declaración de
arriba, no fue exacto. Nadie necesita morir y resucitar para fundar una
religión. De hecho, la religión se construye y ejerce en la fuerza de la carne
del viejo Adán.
Tal vez Napoleón quiso decir: para ser miembro del evangelio es necesario
morir y después resucitar; es necesario que el viejo Adán muera. El problema es
que no queremos morir. No quiero salir del comando, no pretendo dejar de
gobernar. Además, si me muero, no puedo volver a la vida. Yo no puedo
levantarme o resucitar.
Yo no quiero morir, pero esa es la única alternativa a una vida nueva. Sin la muerte del ego en la cruz con Cristo, no hay ninguna posibilidad de tener la vida de la resurrección. La obra del evangelio de Dios en favor del pecador es la muerte y resurrección, mientras la religión es tan solo el esfuerzo humano para buscar la aceptación divina.
El ego se nutre del egoísmo como la matriz de una vida insatisfecha y la
obesidad del alma que nunca se contenta. La insatisfacción es la hija mayor de
ese yo desobediente que se deleita en desprestigiar a otros para tratar de
proyectar su sombra con las hogueras de las víctimas que quema. Luego, la
alternativa de la salvación es la muerte de ese soberbio soberano.
Sin la muerte del ego no existe la posibilidad de la vida espiritual. Por
eso, de manera insistente, Thomas Brooks suplica en oración:– “Líbrame, oh
Dios, de aquel hombre malo – yo mismo”. Nadie puede, simultáneamente llamar la
atención a si mismo y glorificar a Dios. O el ego muere con Cristo o el se mata
de tantas demandas egoístas.
El predicador estadounidense D.L. Moody decía de sí mismo: “tengo más
problemas con D.L. Moody que con cualquier otro ser humano que he conocido”. Y
John Newton añadió: “He leído acerca de muchos papas impíos, pero el peor papa
que jamás encontré es el papa Yo”. De hecho, nunca podremos vencer o extinguir
el Yo, pero podemos conformarnos con el molde de la cruz, pues la muerte de
Cristo necesita ser incorporada en nuestro modo de vivir.
Glenio Fonseca Paranagua es pastor en la Primera Iglesia Bautista en Londrina. Mas información aqui.