30 de noviembre de 2015

APRENDIENDO CON NAPOLEON

Napoleon Bonaparte
Glenio Fonseca Paranagua

Napoleón Bonaparte, exiliado en la isla de Santa Elena, dijo: “para fundar una religión es necesario primero morir y después resucitar, lo primero, yo no quiero y lo segundo no puedo”. Aquí, tenemos que hacer algunas consideraciones acerca de su expresión.

Cuando estaba el emperador en la cúspide del poder, el gran Napoleón se bastaba administrando su imperio con mano de hierro. En el exilio, sin la adulación del poder, tenía todo el tiempo para reflexionar y la gracia de lo alto para ser transformado; parece que fue convertido. Sin embargo, en su declaración de arriba, no fue exacto. Nadie necesita morir y resucitar para fundar una religión. De hecho, la religión se construye y ejerce en la fuerza de la carne del viejo Adán.


Tal vez Napoleón quiso decir: para ser miembro del evangelio es necesario morir y después resucitar; es necesario que el viejo Adán muera. El problema es que no queremos morir. No quiero salir del comando, no pretendo dejar de gobernar. Además, si me muero, no puedo volver a la vida. Yo no puedo levantarme o resucitar.



Yo no quiero morir, pero esa es la única alternativa a una vida nueva. Sin la muerte del ego en la cruz con Cristo, no hay ninguna posibilidad de tener la vida de la resurrección. La obra del evangelio de Dios en favor del pecador es la muerte y resurrección, mientras la religión es tan solo el esfuerzo humano para buscar la aceptación divina.


El ego se nutre del egoísmo como la matriz de una vida insatisfecha y la obesidad del alma que nunca se contenta. La insatisfacción es la hija mayor de ese yo desobediente que se deleita en desprestigiar a otros para tratar de proyectar su sombra con las hogueras de las víctimas que quema. Luego, la alternativa de la salvación es la muerte de ese soberbio soberano.


Sin la muerte del ego no existe la posibilidad de la vida espiritual. Por eso, de manera insistente, Thomas Brooks suplica en oración:– “Líbrame, oh Dios, de aquel hombre malo – yo mismo”. Nadie puede, simultáneamente llamar la atención a si mismo y glorificar a Dios. O el ego muere con Cristo o el se mata de tantas demandas egoístas.


El predicador estadounidense D.L. Moody decía de sí mismo: “tengo más problemas con D.L. Moody que con cualquier otro ser humano que he conocido”. Y John Newton añadió: “He leído acerca de muchos papas impíos, pero el peor papa que jamás encontré es el papa Yo”. De hecho, nunca podremos vencer o extinguir el Yo, pero podemos conformarnos con el molde de la cruz, pues la muerte de Cristo necesita ser incorporada en nuestro modo de vivir.

“El hombre que vive por sí y para sí mismo, tendera a ser más corrompido y más corruptor por la compañía de “si mismo” que el no quiere abandonar”. Pero recuerde que el YO es aun tan sutil, que raramente alguien percibe su presencia. Si yo quisiera tener un epitafio que no termine en la frase, “aquí yace”… ese yo tiene que morir con Cristo, antes de mi muerte física.




Glenio Fonseca Paranagua es pastor en la Primera Iglesia Bautista en Londrina. Mas información aqui.