6 de marzo de 2015

El corazón, el centro de la vida espiritual



Proverbios 4.23
Por Glenio Fonseca Paranagua
Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida. Provérbios 4:23.

 “La primera cosa que debe ser entendida es que la vida cristiana comienza y termina en el corazón”, afirma Steve Gallagher. Y él tiene toda la razón. El corazón es el centro nervioso de la vida espiritual.


La mente es el centro del conocimiento racional. El corazón es el centro del conocimiento relacional. La mente trabaja con las ideas humanas, mientras el corazón trabaja con los ideales subjetivos de la realidad íntima para el desarrollo de la verdadera intimidad interpersonal.


El cristianismo comienza con el cambio del corazón. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Ezequiel 36:26

La primera realidad espiritual de la fe cristiana es la cirugía que promueve el cambio del corazón. Nosotros nacemos con un corazón de piedra, es decir, un corazón hecho de barro: el corazón de Adán.


Entonces el Señor origina una permuta de corazón. Retira lo de piedra, el corazón de Adán, y nos da uno de carne, el corazón de Eva. Aquí tenemos una metáfora. Adán fue hecho de la tierra y es piedra, mientras Cristo fue generado de la mujer, que fue extraída de la costilla o de la carne y de los huesos.




El corazón de piedra es la naturaleza adámica en su dureza. El corazón de carne es la vida de Cristo, el descendiente de la mujer, en su humanidad divina. Adán es el hombre caído y lleno de sí mismo, orgulloso, duro; sin embargo, Cristo es la humanidad en su dimensión original y divina.


La mente es el cuartel-general del conocimiento racional. Los sentidos son las puertas de entrada del saber. El corazón, desde el punto de vista bíblico, es la sede de la vida incorpórea y de la comprensión espiritual. El profeta muestra esta orden: «Ustedes son mis testigos —afirma el SEÑOR—, son mis siervos escogidos, para que me conozcan y crean en mí, y entiendan que yo soy. Antes de mí no hubo ningún otro dios, ni habrá ninguno después de mí. Isaías 43:10.


Para saber con la mente es preciso ver, con los ojos, oír, con los oídos o sentir, con los otros sentidos. Estas son las ventanas del alma. El saber precede el creer y el creer presupone el cambio del corazón, para poder entender. Jesús esclareció así esta orden de los hechos que lleva a la realidad espiritual, denominada nuevo nacimiento o, el cambio de corazón. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría. Mateo 13:15.


Según la Biblia, hay dos tipos de humanidad: la natural y la espiritual. Ahora, si el hombre natural pudiera entender las cosas del Espíritu de Dios, él podría salvarse a sí mismo. El perdido se hallaría y, el pecador se santificaría por cuenta propia. El enfermo se curaría por sí mismo y su orgullo sería aún más insoportable.

La orden de Jesús a sus discípulos fue: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El evangelio es el poder de Dios capaz de promover la permuta del corazón de piedra por el corazón de carne o, la sustitución de la vida natural de Adán por la vida espiritual de Cristo.


Sin esta sustitución no hay la nueva vida espiritual. Pero, todo comienza con la predicación del evangelio. La Palabra de Dios confiere la muerte del pecador con Cristo y genera su vivificación por el poder de la resurrección en Cristo, mediante el saber de la verdad y la revelación del Espíritu Santo.


Sabiendo la verdad, podemos recibir la Verdad que es Cristo Jesús. Recibiendo a Cristo, ganamos un corazón de carne. A través de este corazón podemos creer en él, arrepentirnos y entender la verdadera realidad espiritual. Es con el corazón que se cree. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. Romanos 10:10.


Jesús es el autor y el consumador de la fe y el nuevo corazón es su sede. El viejo Adán es incrédulo por naturaleza y sólo por un milagro él puede venir a creer. Este milagro se llama: os daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros espíritu nuevo. Es algo Divino y sobrenatural.


El hombre viejo tiene capacidad de aprender mucho sobre Dios. El conocimiento racional puede hacer de Adán un religioso ejemplar. La raza adámica tiene un lado oscuro y un lado brillante, pero ambos están contaminados por el orgullo del pecado, por eso, hasta la religión de Adán, por mejor que sea, se encuentra contaminada de egoísmo e infestada de vanagloria. Nada de Adán es aprovechable a los ojos de Dios, pues aún las cosas excelentes están infectadas por la arrogancia.


Es del viejo corazón adámico, perverso y corrupto, que proceden todos los pecados de una persona. Su manufactura es sin tercerización o importación de la materia prima. La tentación puede venir del exterior como un producto importado, pero la fabricación es siempre individual, interna e intima. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Marcos 7:21-22.


El evangelio, antes de todo, tiene que promover la sustitución del viejo corazón de piedra por el nuevo corazón de carne; la vida del hombre natural por la vida del Hombre espiritual. Sólo tras esta permuta, la nueva criatura, capacitada y dirigida por el Espíritu Santo, puede cultivar este nuevo terreno como un Jardín florido de Dios. Hay una nueva labranza siendo incrementada para un nuevo campo.


La propuesta metafórica del profeta llorón es en el sentido de Dios convertir el alma de su pueblo, como se fuera un Manzanal abundante o un Jardín de sus delicias eternas. Vendrán y cantarán jubilosos en las alturas de Sión; disfrutarán de las bondades del SEÑOR: el trigo, el vino nuevo y el aceite, las crías de las ovejas y las vacas. Serán como un jardín bien regado, y no volverán a desmayar. Jeremías 31:12.


Entonces, ¿Qué debemos cultivar en este Jardín? Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida. No son sus actos virtuosos, ni su conducta externa, mucho menos su conocimiento teológico que cuentan delante de Dios, sino sus actitudes internas de confianza, es decir, la fe que le fue dada por la gracia del Padre.


Vamos a examinar ligeramente algunos ítems que forman parte de este corazón trasplantado, de acuerdo con la visión simbólica del profeta Jeremías.


Primero. El nuevo corazón se regocija en las alturas de Sión. Este lugar superior aquí no se trata, propiamente, de un monte en la tierra de Canaán, sino de un estado de elevación del espíritu, delante del trono soberano de Abba. Antes de todo, el nuevo corazón adora a la Trinidad Divina con regocijo. El pico más alto del corazón sustituido es el tope de la intimidad con Dios en adoración.


Quién vive en el cima del monte no queda atascado en el valle. Quién adora no murmura. El lenguaje elevado de los adoradores en Sión es muy diferente de la jerga rastrera de los concupiscentes en Canaán, que significa tierras bajas. El corazón intercambiado alaba. La boca sucia es el resultado de un corazón cenagoso. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca. Lucas 6:45.


Segundo. Sin adoración gozosa y agradecimiento profundo, con certeza no hay un nuevo corazón pulsando en el íntimo de aquel que se dice ser cristiano. La alegría es uno de los periodos del alma en gratitud, a causa de los bienes del Señor. No es posible ser salvo y no ser realmente grato. Las escusas y murmuraciones son frutos de la ingratitud.


Adán es aquel que transfiere su culpa para su mujer. Cristo es aquel que asume la culpa de la humanidad. Adán es un crítico murmurador y acusador, por naturaleza. Cristo es la esencia de la adoración y la plenitud de la gratitud. Aquel que manifiesta la vida de Cristo expresa su buen perfume en acciones de gracias. Su hálito es perfumado y su conversación sana las heridas de otros.


Tercero. Los cinco bienes de la hacienda revelan las riquezas de la gracia. El cereal, el vino, el aceite son productos vegetales, mientras los corderos y los becerros son animales, pero todos apuntan para el abastecimiento de las necesidades humanas y para los elementos en el culto ofrecido por el pueblo de Dios. El número cinco tipifica la gracia plena que siempre nos mantiene en un estado de contentamiento, tanto en lo cotidiano, como delante del altar en adoración.


Cuarto. El alma de los regenerados en Cristo Jesús es como un Jardín regado. Todo produce y florece. No hay hojas marchitas, flores sin lozanía o frutos secos. Aún en la sequia más dura, siempre hay riego rociado por el Espíritu Santo. El nuevo corazón es terreno fértil para la plantación de las semillas de arriba y el Jardinero celestial se deleita en cultivar su Jardín florido. La vida cristiana autentica es un banquete constante de fiesta eterna.


Es maravilloso convivir en la asamblea de los salvos, pero es triste coexistir con los descendientes de Adán. Mientras los primeros alaban, los últimos, frecuentemente, lamentan. El lenguaje de los santos edifica. El rumor de los religiosos asola y atrapa.


Nunca vi un tipo adámico cantando en el coral de los redimidos. Pero, quiero resaltar: no confunda los cantantes del coro en las iglesias, con los cantantes que cantan cuando el cuero es azotado en las espaldas. No confunda un miembro de un sistema religioso, con un redimido por la gracia en Cristo, que vive para la alabanza de su gloria.


Quinto. El corazón de la nueva criatura en Cristo no desfallece en faz de las grandes y profundas tribulaciones de este mundo, ni vive rehén de una memoria entristecida. Aunque la higuera no dé renuevos, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos;  aun así, yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! Habacuc 3:17-18.


La vida cristiana es una vida de celebración y de fiesta permanente. El nuevo corazón cultiva la alegría, aún en medio a las mayores resacas de la confianza y en medio de las mayores y más terribles tormentas. Estar en alguna tristeza forma parte de esta vida. Vivir en tristeza y disgusto, murmurando o criticando, es una acusación contra la suficiencia de Cristo. La falta de festejo cotidiano denuncia nuestro descontento en faz de una tan grande salvación.


El corazón es el centro de la vida espiritual. Un corazón contento refleja la presencia del Rey de los reyes en el interior de nuestra vida; pero un corazón disgustado, crítico, murmurador, maledicente, ingrato y sin actitud de adoración nos acusa de falta de vida espiritual autentica. Si nosotros no somos irradiantes de alegría delante de esta tan grande salvación, entonces tenemos que evaluar nuestra experiencia de salvación. Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación. Isaias 12:13.

Autor: Glenio Fonseca Paranagua. Pastor de la Primera Iglesia Bautista en Londrina - Parana Brasil. Piblondrina.